En una situación de guerra a nivel mundial por la salud, el estado de bienestar y la recuperación de la actividad económica, se exige a nuestros gobernantes y oposición una actuación transversal, proactiva, constructiva y solidaria, que integre al sector público y al sector privado y que se proyecte no solo sobre la situación sanitaria actual sino sobre el futuro inmediato y la recuperación económica.
Nuestros políticos no proceden, ni han sido profesionales de éxito en sus actividades (privadas o públicas) previas a su dedicación política, salvo excepciones, que normalmente son caminos de ida y vuelta, con altas dosis de frustración.
El dirigente político tipo en España, con estructuras de partidos cerradas y listas electorales controladas internamente, busca justificar nominativamente su cualificación y curriculum con títulos académicos poco brillantes, incluidos másteres. La renovación de cargos es puntual y mínima. La discrepancia se paga con el exilio.
Nuestros dirigentes políticos actúan normalmente más por emociones y opiniones que por informaciones y realidad. Confunden gravemente lo coyuntural y lo estructural. Dan más importancia al concepto de gasto (actual) que al concepto de inversión (futuro), se mueven vinculados a impulsos de la noticia, a la presión mediática y pública y con ello su actuación es reactiva e inmediata, muchas veces contradictoria con sus actos previos, y se consume en el propio acto político de critica sin alternativas.
Nuestros políticos no tienen clara la diferencia entre el concepto de “potestas”, vinculado con la fuerza y la imposición coercitiva creada por mandato legal, Estado de Alarma, que se impone en función de la amenaza o coacción policial (son cientos de miles las multas, de dudosa legalidad y dudoso cobro); la potestas va unida a la gestión de gobierno por mandato legal (elecciones) y el concepto de “autoritas” por el contrario se conquista mediante la adhesión, la persuasión, la convicción y la dignidad, proyectada en un líder, en el que se cree de forma transversal al margen de los partidos políticos (Obama, Merkel, Antonio Costa, Giuseppe Conte…).
Potestas la tienen todos nuestros gobernantes, sean competentes o no, por imperativo legal desde que asumen el cargo para el que han sido elegidos. Autoritas solo la acreditan los líderes que nos convencen, que nos persuaden con sus argumentos, coherencia y trabajo. Líderes a los que creemos y apoyamos al margen de su militancia política. Tienen credibilidad y actúan con empatía, razonabilidad y coherencia, con perseverancia y trabajo, se crecen ante las dificultades y su suerte se une al coraje y la profesionalidad que acreditan.
Hoy vemos a políticos inmorales que crean muros insalvables y oportunistas, representados por populismos dogmáticos e iluminados (parte del nacionalismo catalán, la extrema derecha y la extrema izquierda). Son movimientos políticos que no tienen operatividad ni eficacia alguna al ser poco prácticos, dado que expresan insatisfacción, pero de ninguna manera son capaces de resolver los problemas planteados (coronavirus), ni ayudar a su resolución. Sorprende la inteligencia que líderes opositores muy radicales, de brillante oratoria y critica continua en Europa, caso de Mélanchon, líder de la Francia Insumisa, asume actualmente que ante el peligro común la sociedad exige una gran solidaridad. Hemos pasado a una oposición prospectiva y constructiva.
Hoy nuestros líderes políticos requieren menos soberbia oportunista que encubra su inexperiencia en la gestión de gobierno o en la oposición, requieren menos obstinación táctica, menos potestas y más autoritas. No es aceptable como ciudadanos en nuestra situación actual, ni la dogmática excluyente del poder (no se tiene siempre la razón aunque se tenga el poder), ni la critica sin alternativas de la oposición.
Negar que España se ha encontrado ante el coronavirus debilitada, sobrepasada y dependiente del exterior es negar la realidad y lo evidente. Pero ahora necesitamos propuestas positivas que ayuden a construir, unidas en la solidaridad que conlleva la situación generada por el coronavirus. Necesitamos lideres inteligentes, trabajadores, que se adapten a la situación, capaces de escuchar, valorar y asumir las propuestas más viables aunque procedan de “los otros”.
Menos potestas y más autoritas en nuestros líderes, los que dirigen el gobierno y los que dirigen la oposición. Necesitamos líderes políticos con coraje y necesitamos reducir la tensión de las emociones negativas y oportunistas ante la situación creada por el coronavirus, ahora y en el futuro inmediato. ¿Quo vadis políticos?